lunes, 21 de mayo de 2007

UnoDeEsosTextosConLosQueValeLaPenaPelearse

"Los individuos que forman las masas que Reggio nos ofrece en Koyaanisqatsi tienen sin duda sus libertades democráticas, sus seguros sociales y sus vacaciones. ¿Qué margen de libertad y de felicidad democrática permite una sociedad de millones de habitantes que tienen que convivir en el ocio o en el trabajo, ateniéndose a los ritmos mutuamente impuestos de ese autómata social cibernético? ¿Qué ideal de felicidad puede arraigar en esas masas de ciudadanos libres que saben que su vida cotidiana tiene que estar organizada cumpliendo las exigencias de ese autómata industrial y burocrático que ellos mismos constituyen por la misma concurrencia pletórica de sus libertades democráticas?
El Principio de felicidad, que junto con el de libertad se aplicaba distributivamente a cada uno de los individuos humanos, conduce, por mera acumulación masiva de los sujetos a los que se aplica, a un embotamiento de esa felicidad, y aun del deseo de la misma, sencillamente porque este deseo de felicidad 'está de más'. Parece como si la distributividad del principio, para mantener su eficacia, hubiera tenido que ajustarse a ciertas condiciones que no están representadas en la definición de los sujetos humanos libres a quienes se aplica el principio. Pero, ¿por qué estorba a cada sujeto la acumulación de otros sujetos libres, si cada uno de ellos sigue sus propios rieles, y éstos están calculados para que no se intercepten? ¿Qué estorba al Principio de la inercia el que unas partículas que se mueven inercialmente estén acompañadas de millones de partículas que se mueven paralelas a ellas, sin interceptarse?
La diferencia estriba en que 'en el caso de las masas humanas' la experiencia de la acumulación de las trayectorias libres, pero iguales, manifiesta los componentes aparentes de su libertad: que las decisiones de cada sujeto, aunque sean íntegramente suyas, no proceden de su libertad propia, sino de automatismos derivados de los mecanismos propios de la clase a la que pertenecen.
La única felicidad posible parece abrirse ahora cuando a cada uno se le abre también la posibilidad de salir de esa plétora, aunque sea de modo efímero. La felicidad que se encuentra en los fines de semana, en las vacaciones que nos liberan del trabajo cotidiano, y también de la vida en la gran ciudad. ¿Pero, quién se atrevería, salvo las compañías de viajes, a no interpretar esos fines de semana o esas vacaciones (que vuelven otra vez a producir la acumulación pletórica de los que caminan hacia la libertad junto con otros que se agolpan en los aviones, en las carreteras, en las playas, incluso en los senderos solitarios) omo una recaída en la misma trampa?
Sin embargo esas salidas ¿no son simplemente puntos de una fuga saeculi, las válvulas psicológicas, que sólo por inercia, y por sus efectos dignificantes, se ponen en contacto con la felicidad ('vacaciones felices' o 'feliz fin de semana')? Los pocos (de entre los 'algunos') que logran la fuga efímera hacia la felicidad del fin de semana pueden volver acaso a experimentar la felicidad de los plebeyos. Pero la mayoría de esas masas seguirá conduciéndose al margen del Principio de felicidad, precisamente porque se comportará como se comportan los propios hopis, aunque a escala masiva, a saber, como\n individuos que actúan obedeciendo a leyes deterministas."
El mito de la Felicidad, Gustavo Bueno, Ediciones B, 2005; pgs. 372-373.1]

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