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jueves, 7 de junio de 2007

LaVidaEsSueño


Me encontraba atrapado en un atasco, y de pronto me convertí en mosca. Una mosca cojonera que no paraba de mandar mensajes de móvil a sus amigos, aburrido por aquel infernal embotellamiento. Entonces el claxon del coche de detrás me despertó y caí en la cuenta de que todo había sido un sueño, de que yo no era una mosca cojonera ni estaba atrapado en un atasco, sino que me encontraba en un campo de concentración nazi, pero a la vez muy lejos de allí, soñando, vagando por el espacio, gracias al poder de la imaginación, poder puesto en marcha por la capacidad de resiliencia que todo ser humano puede llegar a alcanzar y que le permite huir, aunque sea por unos instantes, de un campo de exterminio o de un maldito atasco.Luego, una vez más un claxon, o quizá esta vez un sms un tanto kafkiano, volvió a sacarme de mi ensimismamiento, y entonces sí, volví a la cruda realidad del atasco, tomé los mandos de mi automóvil y me concentré en la música, en la carretera y en los demás coches, con el fin de evitar que ni Kafka, ni Víctor Frankl, ni siquiera un sms inoportuno –o muy oportuno quizá- pudieran llegar a ser culpables de un accidente, otro como el que había provocado aquel atasco.Esa noche soñé que soñaba que yo era una mosca, una mosca poderosa, capaz de meterme en las mentes ajenas y adivinar los pensamientos de la gente. Pero de pronto se me cayeron las alas y me reventó la cabeza, y de un plumazo se me borraron todos los pensamientos que había leído, y hasta los míos propios. Me pasé el resto de la noche revolviéndome por el suelo, sin ton ni son, con miedo de que me pisaran y allí acabara todo, yo convertido en mosca, una mosca cojonera sin alas ni cabeza, aplastada en el suelo. ¡Qué triste final!Entonces, los primeros rayos de sol se colaron por la ventana de mi habitación, y haciendo un gran esfuerzo logré subirme de un salto a la mesilla de noche. En ese momento sonó el despertador. Eran las cinco y media de la mañana y no había ni rayos de sol, ni moscas, ni alas ni cabezas de mosca desparramadas por el suelo. En la habitación estaba yo sólo, muerto de sueño, sin ganas de ir a trabajar, y con la cabeza, eso sí, llena de moscas y esqueletos con pijama de rayas desfilando de aquí para allá.Encendí el móvil, y recibí un mensaje multimedia. Un mensaje que hablaba de Kafka, de moscas y de atascos.Y, hablando de atascos, el próximo quiero que me pille en los Campos Elíseos, con el Arco del Triunfo al fondo y la mejor de las compañías a mi lado. Quizá entonces sueñe con una bella princesa rescatada por un apuesto caballero de las fauces de un dragón, a punto de ser devorada. Apuesto caballero que, por supuesto, seré yo.Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. O, lo que es lo mismo, el príncipe y la princesa fueron felices y comieron perdices.

Un20DeOctubre¿Cualquiera?


¡Por fin es viernes! Nos vamos a Lillo. Llevamos toda la semana preparándolo, comprando comida, haciendo planes. La casa de Alfonso es ideal para barbacoas y tertulias hasta altas horas de la madrugada junto a la chimenea. Y para dormir hasta que te dé la gana sin que nadie te moleste. Es una casa de pueblo grande, con un patio aún más grande si cabe, rodeada de campo. Perfecta para aislarse, descansar, disfrutar.Son las siete de la tarde. Hemos quedado en casa de Perico. Vamos en su coche. Jorge al final se queda en tierra, así que somos el número perfecto para ir todos en uno. Perico, Alfonso, Willy, M. Ángel y yo.Llegamos a casa de Perico, todos menos Alfonso que aún no ha llegado. Llamamos al telefonillo. Perico aún no está preparado. Subimos. A las siete y media llega Alfonso. A las ocho Perico termina de hacer la maleta, y nos vamos.Salimos de Madrid por la M30, algo atascada. Ya en la salida a la NIV el atasco es más denso. Avanzamos poco a poco, en caravana hasta Valdemoro. A partir de ahí la cosa va mejor. Empezamos a coger velocidad. Tampoco mucha, Perico es prudente.Buena música en la radio. Cantamos a voz en grito. “Pero a tu lado”, Secretos. Chistes, risas, más canciones. Ya hemos pasado Aranjuez. Poco después de Ocaña aparecerá el desvío hacia Lillo y nos saldremos a una carretera comarcal. Ganas de llegar. Ocaña a tiro de piedra. De pronto, adelantando a un camión, una sacudida fuerte. Me agarro al asiento de delante, donde viaja Alfonso, y bajo la cabeza. A mi lado, M. Ángel grita: ¡¡¡Perico!!! Enseguida todo se nubla. Pierdo por completo la noción del tiempo y del espacio. Solo se oyen ruidos de hierros y cristales reventando. Damos varias vueltas, y todo termina. Estoy a cuatro patas, mirando hacia la parte trasera del coche, que ha quedado boca abajo. No me puedo mover. Mi mano se ha quedado atrapada entre el asfalto y el coche. Oigo gritos. ¿Estáis todos bien? Ya han salido del coche. Pido ayuda, y vienen a levantarlo. Un primer intento, pero nada. Un esfuerzo más. No, aún no es suficiente. Sí, ahora sí. Al tirar para sacar la mano me desgarro los dedos, pero ya estoy libre. El brazo derecho me sangra abundantemente, y no lo puedo mover. No siento dolor. No en el brazo, pero sí en el pecho. Me siento algo mareado, pero aguanto en pie. Estamos como a cuarenta metros del coche, y me acuerdo de mi mochila. Voy a sacarla de entre el amasijo de hierros en que se ha convertido lo que hasta hace poco era el coche de Perico. Por el camino reparo por primera vez en un hombre con corbata. Me mira asustado. ¿Tan mala pinta tengo? No soy consciente de haber estado junto a él antes, pero está manchado de sangre. Es probable que me haya ayudado en algún momento.Willy, Perico y M. Ángel están bien, ni un rasguño. Alfonso tiene heridas en el brazo derecho, como yo, pero todo es más superficial. Está con nosotros la Guardia Civil, pero la ambulancia no llega. Esperamos.Llega la ambulancia. Una de esas camionetas viejas de la Cruz Roja. Subo por mi propio pie, pero una vez dentro me hacen tumbarme en una camilla. Hay un chico muy joven, debe ser un voluntario, aunque yo no pienso en ello. Solo me preocupa mi brazo. Le pregunto si lo voy a perder, y me dice que no. Pero su cara de susto es aún peor que la del hombre de la corbata.Nos vamos. Alfonso viene conmigo, y el resto se queda. Paramos primero en Ocaña. Me hacen unas curas superficiales en una casa de socorro, y me ponen un collarín. Después, al 12 de Octubre. Por suerte no hay tráfico en la carretera y llegamos rápido. Ya a la entrada de Madrid la cosa está peor. Conectan la sirena. ¡Qué horror!Me llevan a un box de urgencias, y se llevan a Alfonso para curarle. Pero vuelve rápido, lo suyo ha sido poco.Mientras, en un bar de carretera, Perico, Willy y M. Ángel esperan a que vayan a buscarles. M. Ángel piensa que ha pasado ya suficiente tiempo, y llama a casa. Papá y mamá duermen. Suena el teléfono junto a la cama de mamá. ¿Alejandro? Pero, ¿no se fue a Lillo con vosotros? Ah si, es que yo al final no pude ir. Se me olvidó que Alejandro sí iba. Bueno, lo siento. Pero mamá se queda mosqueada, ya no se puede dormir.Mientras, yo sigo esperando en el box de urgencias, tarareando las canciones que sonaban en la radio justo antes del accidente. Es viernes por la noche, y hay que atender casos más graves que el mío.Vuelve a sonar el teléfono en casa. Esta vez es del hospital. Su hijo ha sufrido un accidente pero está bien. Le estamos operando. En el 12 de Octubre.Mamá no lo cree. Despierta a papá. Alejandro ha tenido un accidente. Dicen que está bien, pero yo no lo creo. Se ha matado y me lo están diciendo poco a poco. Antes llamó M. Ángel y…Salen corriendo de casa, nerviosos. Cuando llegan aún estoy en el quirófano. Me han dado anestesia local, excepto donde hay hueso, que no es posible anestesiar. Ahí cosen en carne viva. A mi lado, una enfermera habla conmigo para distraerme. Estoy tranquilo. Lo peor ya pasó. De vez en cuando tengo que apretar los dientes para soportar el dolor. Por fin terminan. La enfermera me dice que me he comportado como una auténtica mujer. Los hombres siempre llegan gritando, histéricos. Yo he sido la excepción.Me llevan de nuevo al box de urgencias. Papá y mamá me han visto antes, a través del cristal del quirófano, a donde les han llevado para tranquilizarles. Ahora vienen a verme. Aún tiemblan. Se emocionan. Lágrimas, besos… Todo ha terminado bien. La recuperación, ya en casa, será pesada. Pero eso es lo de menos.Juan y Mª Elena aún no saben nada. Ella se enterará por teléfono. Juan se entera al día siguiente, en casa. Mientras a mí me operaban él había estado celebrando su cumpleaños. Me ve y se tiene que salir de la habitación. Más lágrimas. HAPPY END.

28Abril


Alguien o algo –sobrenatural en todo caso- anunció aquella mañana al abuelo que se iba a morir. Y él, con mucha tranquilidad, como el que hace la maleta para un viaje de fin de semana y se despide de los suyos, se lo anunció a su vez a Catalina, la mujer peruana que desde hacía algunos años residía interna en casa de los abuelos.- Catalina, prepáreme mis cosas que me voy con mi madre.En esos momentos se acababa de ir la última visita y Catalina estaba sola con el abuelo en la habitación del hospital, donde había ingresado hacía unos días a causa de ciertos problemas en la vejiga, problemas que ya venía arrastrando de lejos. Igual que los de cabeza, quizá algo más recientes, problemas estos que poco a poco le habían hecho dejar de ser el que siempre fue y abandonarse lentamente, percatándose de que lo que más le gustaba en la vida, que era leer, ya no podía hacerlo pues se le olvidaba lo leído. Si el abuelo seguía vivo era por nosotros, por la familia, ya que si por él fuera habría abandonado hacía tiempo su peregrinar por este valle de lágrimas. Y no es que el abuelo fuera a suicidarse, porque eso nunca se le habría pasado por la cabeza. Más bien se habría dejado morir poco a poco, como esos viejos elefantes que, conscientes de su deterioro físico se retiran de la manada con el fin de no ser un estorbo, de evitar problemas a sus congéneres, y se abandonan a la soledad hasta que la muerte les alcanza.Sin embargo el abuelo no era un elefante, y mucho menos un estorbo. Su deterioro físico, consecuencia del mental, era evidente, y ya no tenía ganas de cuidarse. Había que estar constantemente pendiente de él, como de un niño. Lavarle, afeitarle, ayudarle a vestirse, en fin, tirar de él para que siguiera entre nosotros. Convencerle de que la vida sin él no sería lo mismo, animarle así a seguir viviendo, a seguir entre los que aún necesitábamos de su compañía, del cariño que ofrecía con su sola presencia, de sus sonrisas, de sus gestos, de sus palabras pocas pero de seso cargadas.Pero aquella mañana, el abuelo, consciente de que su viaje terrenal tocaba a su fin, comenzó a prepararse para ello. Cuando Catalina oyó aquellas palabras no les dio la mínima importancia. Durante su estancia en el hospital el abuelo casi no había pronunciado palabra, pero cuando lo hacía eran frases inconexas y sin aparente sentido las que salían de su boca. Su cabeza durante aquellos días parecía, salvo momentos de lucidez, estar más fuera de lugar que nunca. Cuando avisó a Catalina de que se iba con su madre, ésta pensó lo que probablemente habríamos pensado cualquiera de nosotros: que era un desvarío más.Por la tarde estuve un rato con él. Después de clase me fui al hospital, me senté junto a su cama y allí pasé casi dos horas. La mayor parte del tiempo lo pasó durmiendo, y cuando despertaba miraba a su alrededor explorándolo todo, movía las manos como si tratara de alcanzar algo y fijaba su mirada en un punto del techo contemplando algo que para mí era invisible. Si yo le hablaba me miraba, a veces como extrañado, otras con la mirada perdida, otras incluso sonreía. Pero ni una palabra salía de su boca.A eso de las ocho y media me fui a casa. Estaba cansado y al día siguiente tenía que madrugar. Había quedado con los compañeros del Master para buscar bibliografía para un trabajo. Por la tarde me pasaría de nuevo por el hospital. Esos eran mis planes, que nunca llegué a cumplir.Cuando llegué a casa, algo después de las nueve, estuve repasando unos apuntes antes de cenar. Y después de la cena me senté a ver un rato la televisión. Hacia las once sonó el teléfono. Lo cogió mamá. Su rostro reflejó claramente lo que pasaba. No hicieron falta las palabras. El abuelo acababa de marchar en busca de su madre. Las únicas palabras que el abuelo había pronunciado a lo largo del día resultaron no ser un desvarío más, como había pensado Catalina, sino que estaban cargadas de sentido. Aquella noche el abuelo se fue con su madre, y a continuar alguna discusión con el tío Alejandrito, aparcada años atrás. Y a tomarse unos chatos con Miguelato, aquel amigo con el que, siendo yo pequeño, tanto que casi ni lo recuerdo, me llevaba de tascas los sábados antes de comer.Aquella mañana de 28 de abril el abuelo no había perdido definitivamente la cabeza, como pudimos llegar a pensar. Simplemente recuperó por completo la cordura, y empleó el resto del día en prepararse para un largo viaje sin retorno –pero con final feliz- que esa misma noche iniciaría. CODAEl abuelo fue un gran hombre, de esos que cuando se van dejan huella. No había más que ver cómo estaba la iglesia el día de su funeral. No cabía un alfiler. Don Diego, como le llamaban en Unión, su empresa de toda la vida, casi hasta que murió pues no dejó de ir hasta muchos años después de jubilarse, fue y sigue siendo para mí todo un ejemplo de vida, un ejemplo a seguir, un ejemplo difícil de imitar. No dudo lo más mínimo, querido abuelo, que en el mismo momento de tu muerte San Pedro te abrió la puerta y te dijo:- Hombre, Don Diego, pa’drento.1

ElPanadero


¿Habéis recibido el relato del panadero? Me responde una chica diciendo: "No lo entiendo, ¿alguien me lo puede explicar?" En fin...


"Todos los días, muy de mañana, venía a traernos el pan. De pronto un día dejó de venir".

HablandoSeEntiendeLaGente


"Llaman a la puerta.- Buenas tardes, ¿qué desea?- Buenas tardes, hermano, por fin alguien me abre la puerta.Y sin decir nada más se cuela en la casa.- Oiga, ¿pero dónde va? Que esta es mi casa.- ¿Me puede ofrecer algo de comer? Estoy muerto de hambre. ¿Dónde está la cocina? Ah, debe ser por aquí.- Pero bueno, ¿no me ha oído? ¡Fuera ahora mismo de mi casa! Va tras el intruso y lo encuentra junto a la nevera abriendo una cerveza. En esos momentos llega la mujer, que dormía la siesta.- Cariño, ¿qué pasa? ¿Quién es este señor?- Uy, pero si tiene usted una mujer pero que bien guapa. ¿Cómo está usted, señora?Y tras beberse media cerveza de un solo trago se abalanza sobre la mujer.- ¡Qué hace! ¡Quíteme las manos de encima!- ¡¡No se le ocurra tocar a mi mujer!!Intenta sujetar al extraño, pero este saca una pistola de un bolsillo de la chaqueta y le dispara en una pierna. Justo en ese momento aparece por la puerta de la cocina un niño de unos tres años, llorando, al cual también dispara dejándole malherido.- ¡¡Dios míos, llama a la policía!!- No, espere, no llame a nadie, vamos a negociar.- Está bien, venga por aquí, vamos a sentarnos en el salón –contesta el dueño de la casa sangrando a borbotones por la pierna-. Dialoguemos.- ¡Pero mi amor! ¡Cómo que “dialoguemos”! ¡¡Llama a la policía ahora mismo!!"- No cariño, yo soy un hombre de paz. Voy a dialogar con este caballero para solucionar el conflicto. -- Mire, no hace falta que vayamos al salón. Esto es muy rápido y sencillo. Yo me cepillo a su mujer y luego me voy. Eso sí, antes me da usted todo lo que haya de valor en la casa.- Pero…- ¡No hay peros que valgan! ¡O se negocia o no se negocia!- Pero…- ¡¿No me ha oído?! ¡Ni peros ni peras! –le espeta, al tiempo que le dispara en la otra pierna y remata al niño, que yace desangrándose en el suelo-.- Está bien, está bien, negociemos, dialoguemos. Yo lo único que quiero es que haya paz. Cepíllese usted a mi mujer aquí mismo, que mientras yo voy a por el dinero y las joyas.- ¡¡¡Pero Jose, qué estás haciendo!!!"- Tranquila mi vida, que ya verás como todo se\n arregla. Hablando se entiende la gente…"

Borracho&Baboso


Para abrir boca te mando algo que escribí en septiembre, si mal no recuerdo (tengo que acostumbrarme a fechar los escritos). No es exáctamente un relato. Quizá te parezca algo fuerte; Antonio lo calificó como "hooligan". Lo escribí después de una fiesta de final de verano. Me gustaba una chica, te hablé de ella. En la fiesta estaba ella, y detrás de ella un tío asqueroso que no la dejaba en paz. Aunque ella, todo sea dicho, se prestaba al juego. Ahora el tiempo ha pasado, y con esa chica ha quedado cierta amistad.Ya me dirás, y ya te mandaré más cosas...


Borracho y baboso. Todo el tiempo, toda la santa noche detrás de ella como un perrito faldero. ¡Qué digo, como un perrito faldero! ¡¡Como una hiena mugrienta y muerta de hambre!! Si hubieras podido verte desde fuera… Tu actitud patética y lamentable habría hecho que te avergonzaras de ti mismo, que salieras corriendo de allí con el rabo entre las piernas. Toda la noche babeando y bebiendo, bebiendo y babeando detrás suya deseando tirarte a su cuello al menor descuido y chuparle toda la sangre hasta dejarla seca. Pero… ¿no te dabas cuenta de tu tristísimo aspecto? No, qué tontería, cómo te ibas a dar cuenta. ¿Acaso se da cuenta un pobre cerdito de su olor nauseabundo cuando se revuelca en su pocilga? No, su naturaleza está en revolcarse, en retozar por el suelo y oler mal. Igual que la tuya está en babear mendigando un triste pedacito de amor. De lo que tú entenderás por amor, claro, que seguro nada tiene que ver con la realidad de ese noble sentimiento.
Sigue babeando, ¡cerdo! babeando alcohol y sudor por los cuatro costados. Sigue babeando, a ver si consigues algún día que ella babee contigo. Pero no, descuida que no lo conseguirás. Acabará cansándose de ese estúpido jueguecito de dejarse adular y a la vez defender su espacio vital, acabará dándose cuenta de que tus babas hieden y de que no eres más que un pobre pordiosero, un pobre y asqueroso borracho y baboso, y te mandará lejos de una buena patada en tu feo y gordísimo culo.

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