jueves, 7 de junio de 2007

DemasiadoPunzanteIdiota


‘Te dije que eso era demasiado punzante, idiota. ¡Mira lo que has conseguido!’
La sabana enrojecía a ritmo de hemorragia.
‘Me parece que se acabó lo que se daba’, dijo él.
Ella le miró con gesto de sorpresa irónica.
‘¿Y ahora qué? ¿Cuánto vamos a tardar en conseguir otro como éste?’
‘Hay muchos ecuatorianos en el barrio…’, dijo él, con una media sonrisa.
‘¡¿Ecuatorianos?!’, gritó ella. ‘¿Y, ya que estamos, por qué no vamos al zoo, a robarle una cría a mamá chimpancé?’ Su mirada se dirigió hacia la cama, nuevamente. Se sentó al lado de la mancha y dijo: ‘Mira qué piel más blanca… Y qué lindos ojos azules.’
‘Bueno, ahora ya no se puede hacer nada… ¿Voy encendiendo el horno?’, dijo él, mientras comenzaba a andar hacia la cocina.
De repente, la puerta de la calle se abrió, al tiempo que retumbaba toda la casa.
‘¡Policía, manos arriba!’
‘¡Las putas manos arriba, vamos!’
‘¡Dios mío!...’
Inmovilizaciones aprendidas en la academia, armas apuntando a puntos vitales.
‘¡Dios mío!...’
‘¡Me cago en Dios! ¡Me cago en Dios! ¡Me cago en Dios!’
Nervios, náuseas.
‘¡¿Qué habéis hecho?! ¡¿Qué habéis hecho, monstruos?!’
Se escapa un puñetazo, alguna que otra patada.
Un policía se arrodilla ante la cama; se quita el casco; deja la ametralladora; vomita; llora; vomita; llora…
‘¡Dios mío!...’
‘¡Me cago en vuestra puta madre! ¡Me cago en vuestra puta madre! ¡Os tenía que pegar un tiro a los dos, ahora mismo! ¡Me cago en mi puta madre!’
Algún que otro puñetazo más, alguna que otra patada más.
El policía arrodillado sigue llorando, hipando, gesticulando, como si quisiera acariciar al bebé, como si no quisiera mancharse con el mal absoluto.
Entra el comisario.
‘¡Me cago en vuestra puta madre!’
‘García’, dice el comisario, mientras se enciende un cigarro, ‘fuera’.
Se fija en la cama. Ve a su policía, arrodillado. Se acerca, apoya una mano en su hombro. Él le mira, los ojos enrojecidos, perdidos.
‘Date una vuelta, Robles’.
Un compañero se acerca, para ayudar a Robles a abandonar la habitación.
El comisario les sigue con la mirada hasta la puerta. Después, mira a su alrededor. Busca una silla. Se sienta, con los ojos fijos en el centro de la cama. Las manos cerca de la boca, como si rezara.
‘…tarde, tarde, tarde…’
Pausa cósmica.
‘Señor, los paquetes están listos’, le dice uno de los chicos.
Por primera vez, se fija en la pareja.
‘Normales, como siempre…’, piensa.
Les mira a los ojos, pero sus ojos se esconden.
‘Vámonos’
La comitiva se dirige a Madrid. El comisario tiene la mirada perdida en el horizonte castellano. García se retuerce en el asiento de atrás; de vez en cuando, golpea el asiento con sus puños.
Tráfico en Madrid. Manifestación contra el imperialismo: tropas fuera de Irak, Afganistán, Líbano. Gritos de ‘¡Policía, asesina!’ García se ha quedado dormido. El comisario mira a los manifestantes, fijándose en cada una de las caras, sobre todo en las de los jóvenes. Pero no dice nada. García duerme.
‘No nos quieren decir la clave del ordenador; e insisten en que venga su abogado lo antes posible’.
El comisario deja escapar un suspiro, mientras acerca el café a su boca.
García se muerde las uñas.
‘Señor, sabemos que unos conocidos suyos van a realizar un secuestro en breve; si investigamos el ordenador…’
‘Ya’. Otro sorbo de café. ‘¿Y los de informática?’
‘Dicen que el programa de protección es muy jodido’.
García empieza a moverse por el cuarto. El comisario lo sigue con la mirada, un par de segundos.
‘¿Señor?’
El comisario se sienta; las manos cerca de la boca, como si rezara.

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